miércoles, 13 de agosto de 2008

analogia

El gris cemento marcaba el frío que reinaba en el lugar.
La última vez que vio el sol fue en la plaza cuando su esposa le contó que estaba embarazada justo al lado del arenero donde jugaban unos chicos que hacían de futuro.
Los gritos, el crujir de los hierros y esos silencios eternos atravesaban los muros.
Ya casi no tenía fuerzas para resistir el ahogamiento que sufría en la práctica del submarino, pero la proximidad de la fecha de nacimiento de su hijo hacía que resistiese los embates de los torturadores.
El cordón que colgaba de un tirante y el nudo horca en su cuello sellaron su final. Un llanto sórdido partió de su corazón y lo dejó sin aliento. La misma falta de aliento que padeció su hijo en el momento de nacer por culpa de las dos vueltas de la soga umbilical alrededor de su cuello.

Carlos chess

sábado, 2 de agosto de 2008

Analogía

-¡A ver, Silvia, si me atendés la mesa del fondo! ¡No sé qué te pasa hoy que estás tan empacada!

Ni siquiera voy a contestar al grito destemplado del patrón. Me muevo entre estos hombres, puro desprecio, entre el tufo y el olor agrio de estas paredes pegoteadas. ¡Pobres tipos! Han creído matar en ellas a la soledad. Acá está, cagándose de risa, haciendo más sombra en la sombra de este bar de mala muerte.
Ya no los escucho ¡Cuánto hace ya que ni caso les hago! ¿Qué me importa? Nunca me prometió el jardín de rosas, ni el cielo, ni la luna… Nunca imaginé vivir en esta pocilga maloliente.

-¡Silvia, la cuenta! ¿Para hoy o para mañana?

Mañana, mañana. Cuando vino, se sentó en esa única mesa en donde nadie lo hacía. Estos brutos decían que esa mesa traía yeta para los dados y el amor. ¡El amor! ¡Qué imbéciles!

-¿Para cuándo las tortillas y el vino? ¡Apurando, vieja!

Él era distinto, apenas lo vi, le sonreí. Y eso que yo no le sonrío a ninguno. Cuando me acerqué a preguntarle qué le servía, sentí que era mi amigo. Se quedó toda la tarde sentado en el bar. Desde lejos me miraba, o a mí me parecía. Enseguida pensé que era una ilusa. ¡Estúpida! Ningún hombre distinto me iba a mirar ¡Quién se iba a fijar en mí! Estaba como ahora, aunque seguro que estoy peor, ni hace falta el espejo. ¡Qué vergüenza si me viera así! Ya no me cambio ni el delantal, me pongo las ojotas deformadas, qué me importa, si total… el pelo atado con el colero que se le cayó a la nena que tiraba de los pantalones de su papá. Mis manos

-¡Che, es una basura el galponcito! ¡Terminá acá de una vez y ocupate de eso!

Las manos. ¡Cómo me despiertan en la noche las ganas de sus manos en mi cuerpo! ¡No se me quitan! La piel se pone tirante y duele, una tortura .Parezco la tarde, el silencio de la tarde después del mediodía. Una siesta calurosa. Todo queda quieto, todo está quieto, ya viene la lluvia y miramos para el cielo que revienta; las bocas abiertas hacia arriba a la espera del agua, del alivio de la lluvia y cuando al viento de tormenta les cierran las ventanas, el patio desparrama el olor a tierra mojada. Pareciera que cantara de placer en las chapas de la galería. Mi cuerpo implora como la tierra del patio, pero se queda esperando el derrame del alivio. No puede ser, me maldigo, me odio y me arrancaría las ganas a lonjazos; por qué otra vez el deseo y los latidos del sexo y la piel que se eriza y las manos que tantean buscando amparo en el frío de la noche. Junio. Había como un techo de hielo que caía y nosotros así…Oliéndonos decíamos mañana despacito. Otra vez me desgarro y otra vez vuelve tu aliento y el caramelo de tu lengua y las panzas mojadas, refregadas. Pero sos un chico, te gemí. Sonreíste, me repetiste mañana y te fuiste y qué hago entonces,qué hago,dónde pongo todo esto, qué hago con este mañana que rebota, hecho mierda, en las paredes mugrientas del bar.

Claudia